En un reciente Boletin Económico del Banco de España se constata que el incremento del comercio mundial viene acompañado de la creciente fragmentación internacional de los procesos de producción, lo cual actualiza el análisis de la “cadena de valor”, situándolo en un contexto global. Las empresas distribuyen sus actividades entre varios países, desde el diseño hasta la fabricación de los productos, el montaje y la comercialización.
El concepto inicial de “cadena de valor” surge a mediados de los años ochenta del siglo pasado, cuando el profesor Michael E. Porter, de la Universidad de Harvard, publicó su obra “La ventaja competitiva”, en la que desarrolla estrategias para mejorar la rentabilidad empresarial.
En una cadena de valor añadido se dan dos tipos de actividades: a) actividades primarias, enfocadas a la elaboración física del producto y su venta a los clientes (logística de las materias primas, transformación en producto, logística externa, marketing-ventas y servicio postventa) y actividades de apoyo, como soporte de las primarias (gestión de personas, administración, compras y desarrollo tecnológico)
Como vemos en el gráfico, en cada eslabón de la cadena se genera un valor añadido, de tal modo que, si el producto final es más valioso que la suma de los componentes, los consumidores estarán dispuestos a pagar el valor diferencial que reciben, obteniendo un margen la empresa vendedora.
La cadena de valor ayuda a determinar las actividades claves o competencias distintivas que pueden permitir generar la ventaja de mercado que permite tener una rentabilidad superior a los rivales en el sector en el que se opera.
Cuando las actividades necesarias para la producción de un bien o servicio se llevan a cabo en distintos países se habla de cadena global de valor. En este caso las actividades se reparten en áreas geográficas distintas y el producto final se completa en una sola localidad. Así, por ejemplo, un ordenador fabricado en Alemania puede tener un alto porcentaje de piezas procedentes de China y algunos programas de softwear norteamericanos.
La consecuencia de la posición de España en las cadenas de valor se refleja en lo indicadores económicos. Tras la crisis reciente, el país ha retrocedido respecto a la Eurozona. Si en el 2008 el PIB español por habitante representaba un 93,3% de la media europea, la relación había descendido al 84,3% en 2015. Al salir de la crisis, España se está alejando de sus socios europeos.
La Fundación BBVA-Ivie relaciona este deterioro relativo con la caída de las tasas de productividad del trabajo y al aumento del minifundismo en el panorama empresarial, caracterizado precisamente por el reducido nivel de productividad. Las empresas con menos de 10 trabajadores (microempresas) representan en España el 40,5% del empleo y aportan un 28% del valor añadido bruto, mientras que en Alemania ocupan al 19,2% y aportan un 16%. El crecimiento de la productividad aparente del trabajo en España no superó el 0,3% en 2014 y 0,2% en 2015.
El resultado de un mercado laboral cada vez más precarizado y con bajos salarios es una creciente especialización productiva de las empresas españolas de reducido tamaño en los escalones menos complejos y que incorporan menor productividad. Estas empresas soportan la estrategia externalizadora de las grandes y medianas, que mejoran con ello su productividad, de nivel similar a los competidores europeos.
El camino que siguen las empresas que desarrollan proyectos de bajo valor añadido, aceptando los precios de mercados “low cost” y compitiendo en precios, conduce al incremento del colectivo de trabajadores pobres y a la pérdida de potencial humano por las empresas, porque impulsa a que los jóvenes mejor formados busquen en el exterior empleos con retribuciones acordes a su nivel formativo.