martes, 5 de mayo de 2015

FUNCIONES DE LOS BANCOS CENTRALES

Hasta la Primera Guerra Mundial, los países se regían por el patrón oro, un sistema en el que las autoridades monetarias fijaban el precio de sus monedas en términos de oro. El tipo de cambio entre dos monedas venía determinado a partir de la cantidad de oro por la que se intercambiaba cada una. El sistema tuvo su mayor importancia entre 1870 y 1914. 

Los bancos centrales, que son las instituciones financieras que emiten las monedas y controlan las políticas monetarias de los países, además de tener unas funciones más reducidas que en la actualidad, contaban en el sistema de patrón oro con escaso poder para crear dinero al tener que limitarse al volumen de reservas disponibles de ese metal. 

En tales circunstancias, la evolución de los precios dependía de los descubrimientos de minas de metales preciosos. Con el volumen de reservas mundiales estancado y la producción de los países en crecimiento, los precios tendían a descender, lo cual era fuente de problemas. Los grandes descubrimientos, como los que se dieron en Latinoamérica en los siglos XV y XVI, provocaban subidas de precios elevadas, con algunos súbitos enriquecimientos y, en general, situaciones poco satisfactorias. 

Cuando se suprimió la referencia al patrón oro, los bancos centrales se quedaron con la potestad de crear dinero ilimitadamente. Al principio, en la década de 1930, adoptaron una política muy conservadora, hasta el punto de negarse a crear la liquidez necesaria para salvar las instituciones financieras durante la Gran Depresión, con la consecuencia inevitable de quiebras bancarias en serie. 


Podemos observar en el gráfico la capacidad de los bancos centrales para crear dinero. En el caso de la Reserva Federal, el banco central norteamericano, la ampliación de su Balance desde 2008 ha supuesto un incremento del 400% de su situación en diciembre de 2014. 

El Banco Central Europeo (BCE), que ha tardado más tiempo que la Reserva Federal en tomar medidas de expansión monetaria, inició en el pasado mes de marzo su esperado programa con las compras masivas de deuda pública en el mercado secundario, a través de las instituciones monetarias de cada país, por 60.000 millones de euros al mes, que supondrá un incremento de su balance por encima del billón de euros para el año 2016.

A partir de la Gran Depresión de 1929, se admite en general que la función principal de los bancos centrales es garantizar la estabilidad del sistema financiero, adoptando el papel de “prestamista de última instancia”. Así, la política monetaria debe centrarse en garantizar un crecimiento estable del nivel de precios.

Tal como afirma Piketty, los bancos centrales no crean riqueza, sino que la redistribuyen. Con la expansión cuantitativa reciente, el BCE no aumenta la riqueza nacional, puesto que se limita a prestar dinero. La operación crea activos y pasivos financieros que se compensan mutuamente. Lo importante viene después, con el efecto que produce esa política monetaria en la economía real. Los bancos centrales tienen el poder de evitar la quiebra de un banco prestándole dinero, pero no pueden obligar a las empresas a invertir ni a las familias a consumir. Si el préstamo del BCE permite aumentar la inversión empresarial y favorece el crecimiento del PIB, se incrementan los ingresos y la riqueza de los países. 

La fortaleza del banco central radica en su capacidad para crear dinero de forma inmediata e ilimitada y entregarlo a una institución o a un Gobierno. La debilidad está en su escasa capacidad para decidir a quién dar el préstamo, por qué importe y a qué plazo. 

Por ello, cuando el poder público decide acudir en ayuda de ciertos sectores de la economía real, son los Gobiernos y no los bancos centrales los que se ocupan del destino y la gestión de los fondos, porque se requiere la implicación de las instituciones democráticas.

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